Las conclusiones en relación a las becas son cosas que no puedo hacer públicas porque es y debe ser una decisión en colectivo. Sin embargo, me atreveré a compartir con vosotros algunas breves reflexiones que creo entender de interés para cualquier persona interesada en un desarrollo educativo y cultural, independientemente de cualquiera de las posibles inclinaciones ideológicas a las que cada lector pueda tender, siendo por supuesto, plenamente consciente de que mis ideas son solo una perspectiva más dentro de otras posibles por un mismo resultado.
Durante la pasada reunión con el Ministerio de Educación en Madrid, me sorprendía observar una destacada – y también adecuada, por supuesto – conciencia y convicción sobre el concepto de coste y gasto económico. Una visión legítimamente ineludible para toda administración. Sin embargo, esta conciencia y convicción no habló ni pronunció en ningún momento el concepto de inversión económica en lo que se refiere al sistema de becas. Una evidencia que no quiere decir que no haya una total ausencia de conciencia de inversión, sino un desequilibrio entre ambos conceptos que no tiene por qué tener raíz de origen en un enfoque ideológico concreto, sino en una falta de visión estratégica y económica de desarrollo.
¿Cómo hacer de un país o una cultura una potencia económica competitiva sin vincular el concepto de inversión a la educación? Porque muchos otros países lo tienen claro y ambos conceptos van unidos. Por tanto, la educación es un asunto de debate de a diario y no de una mesa redonda que a la mínima de disparidad ideológica y de maneras de hacer, no llegan a posturas intermedias o de acuerdos, como en toda mesa de negociación profesional y seria donde la disparidad de intereses tanto en lo político como en lo económico se dan por supuesto, manteniendo el objetivo claro de conseguir un mínimo de positivo resultado dentro de los límites que lo dispongan.
En otros lugares del mundo lo tienen claro: cuando hay un objetivo común definido, todo pensamiento constructivo (dispuesto a ceder en pro de una construcción) cabe en una mesa, y las negociaciones deben de ser – por encima de todo – posibles.
¿Estuvieron por encima, en el pacto educativo, los objetivos comunes que podían derivar tanto a medio como a largo plazo, en un aumento de probabilidad de desarrollo económico del país? Algo de igual importancia para todos, y un hecho que para los susceptibles de sentirse apáticos e indiferentes, o en contra de ello, no entienden que cualquier situación puede llegar a límites extremos que se pueden volver en contra de todos y de cada uno (progresivamente): porque pocas cosas hay tan delicadas como la política, esa en la que en su equilibrio o desequilibrio, nos afecta a todos, en igual o desigual medida.
¿Qué pasa entonces con la educación? Invertir de buena forma en aquellos estudiantes sin recursos, no es sólo asegurar una vía de subsistencia para los que se encuentran en situación extrema – que los hay, no lo obviemos – es también invertir en el desarrollo de aquellos perfiles profesionales futuros con mayor conciencia social y económica. Un factor que unido a la variable de la educación artística, potencia las probabilidades de futuro donde la competitividad cultural pueda empezar a jugar un papel fundamentalmente estratégico en lo económico, como ocurre ya en otros países líderes, ya que no se nos puede olvidar: potencial hay y existe en nuestra sociedad ¿Qué viabilidad y gestión hacemos de ello?