El leitmotiv de esta serie de artículos es «Por qué deben cambiar los conservatorios». Pues bien, esta vez, como tantas otras, nos centramos en el factor humano. El factor humano lo es todo en la enseñanza de la música.
“Bueno, miento, no lo es realmente todo; nos hacen falta las instalaciones, por ejemplo, con insonorización, temperatura y luz adecuadas, espacio, buenas condiciones, ventilación, etc. También materiales adecuados: desde la resina para los instrumentos de cuerda hasta las boquillas y cañas para los vientos y, sobretodo, buenos instrumentos musicales.”
Pero, volviendo al principio, las personas que forman el centro o la institución de enseñanza son fundamentales para que el objetivo se cumpla: aprender música de la mejor manera posible. Actualmente en nuestro país, sigue vigente – como para muchos otros cuerpos de trabajadores públicos – un sistema de oposiciones que, en el caso de la enseñanza, sigue dando cada vez más muestras de ser inadecuado, injusto, anticuado y muy poco práctico. Consiste básicamente en examinar lo que el futuro profesor sabe y puede hacer (tocar un instrumento, analizar una partitura, exponer un tema) pero no coloca al candidato en una dinámica real de cuál será su trabajo: el contacto con los alumnos. Una vez superado este filtro, a los profesores les esperan años para poder conseguir un lugar de trabajo fijo (como en muchos otros cuerpos públicos), muchas veces valorando la antigüedad y todo lo avanzado en el escalafón académico muy por encima de su talento real para enseñar. Una vez dentro del sistema, a los profesores les resulta muy difícil proponer o modificar asuntos relativos a la enseñanza, ya que las leyes no dejan mucho espacio a la imaginación. Y al mismo tiempo, al no efectuarse ninguna evaluación más sobre el profesorado, la actualización permanente, la calidad y el esfuerzo de permanecer al día recae únicamente en la voluntad personal de cada funcionario, que suelen perder mucho tiempo en temas burocráticos que no repercuten realmente en la calidad de la enseñanza. Y eso les dificulta más el trabajo. Todo ello resta potencia y efectividad a nuestro sistema, y genera situaciones nada favorables para el alumnado.
A esta circunstancia hay que añadir la situación del mercado laboral en nuestro país, que pasa por ser algo tremendo y con muy malas perspectivas, especialmente para los jóvenes. Este hecho empuja en masa a una gran cantidad de personas a concursar en los procesos de oposición, ya que muchos de nosotros queremos una perspectiva de futuro y de buenas condiciones laborales, algo que hoy en día podemos encontrar en pocas oportunidades.
Así que, a la vista de la situación, no hay forma de oponerse al sistema de oposiciones. No hay alternativas y tampoco las administraciones trabajan lo suficiente como para actualizar el sistema a un mundo y un país que han cambiado tanto desde finales de los 70, cuando se pusieron en marcha la mayoría de estos sistemas. Así que todos al hoyo.
Me gustaría decir que creo que la nueva generación de músicos, muchos de ellos ya formados en el extranjero y con experiencias algo más variadas que las generaciones anteriores, tiene por su propia naturaleza un carácter más abierto y más moderno. La pedagogía tradicional (o la tradición pedagógica) – en el sentido más rancio del término – es un aspecto que va a pasar, si todo sigue su curso, a un segundo plano, en pos de un sistema que deje más espacio al desarrollo individual, a metodologías más modernas y humanas (menos industriales) y a una mentalidad más abierta en torno a la enseñanza de la música. Uno de los problemas fundamentales es que, con el sistema actual de estudios, creamos mentalidades de Conservatorio desde que los alumnos son niños, y después seguirán siendo mentalidades de Conservatorio una vez les toque el turno de ser profesores. El aspecto psicológico de permanecer toda la vida en el ambiente de los conservatorios puede dejar a algunas personas bastante tocadas del ala, sólo que algunas de ellas son conscientes, y otras no.
Toda bocanada de aire fresco, tal y como está la situación hoy en día, se agradece. Y esa bocanada de aire no significa hacer grandes cosas, ni tampoco locuras: muchas veces solamente hay que romper con las inercias que venimos arrastrando de décadas anteriores. Nuestra responsabilidad y nuestro derecho es reivindicar una realidad más cercana a lo que nuestra propia conciencia nos pide. Y tengo, y como yo muchos otros, la esperanza en que esa realidad que queremos vendrá a corresponderse más temprano que tarde con la que vivimos. Para ello necesitamos creernos nuestra propia capacidad de cambiar las cosas, en el día a día, con nuestro trabajo y con nuestro ejemplo.
Lástima que este sistema de oposiciones y la situación laboral actual nos lo vaya a poner más difícil…

Sobre mí Darío Meta
Darío Meta (25 años). Pianista. He vivido y estudiado en Guadalajara, Madrid, Salamanca, Friburgo (Alemania) y actualmente en Lübeck (Alemania). Me interesan el cine, la improvisación, la divulgación cultural y la música de todas las épocas y estilos. Becario de la Fundación Alexander von Humboldt.