La educación industrial y por qué ya no sirve – Capítulo 9

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En otras ocasiones me he referido a lo que considero dinámicas industriales como a un proceso de formación de características concretas: Aulas con una cantidad de pupitres estándar donde todos los alumnos cursan las mismas materias, son evaluados de la misma manera en base a unos mínimos y máximos,… intentando de esta manera “producir”. Producir licenciados (graduados), producir técnicos, producir historiadores o humanistas.

     Huelga decir que este modelo no tiene ni pies ni cabeza en un mundo como en el que hoy vivimos.

Sin embargo, todos los sistemas reglados de enseñanza públicos están basados aún en este modelo industrial del siglo XIX, en el que elementos como la permanencia en el lugar, la pasividad, la información unidireccional y lo analógico forman la base de su funcionamiento. No ocurre de otra manera en los conservatorios: pese a una necesaria adaptación, ya que las clases de instrumento son muchas veces individuales, el modelo sigue estando basado en una industrialización de hace casi 200 años. ¿Por qué digo esto?

La forma de evaluar en los métodos tradicionales hace que se genere una lista, con números de orden. Una lista donde algunos deben quedar arriba y otros deben quedar abajo, incluso habiendo obtenido una puntuación realmente alta. El esfuerzo del joven se resume, en ocasiones, en estar lo suficientemente valorado (puntuado), independientemente de que aquello que haga le haya reportado un beneficio intelectual, le haya hecho aprender o, ya mentando algo casi olvidado, le haga mínimamente feliz. Esos números servirán para garantizar una plaza en la universidad, para titularse con mejor o peor nota, para acceder a ese puesto de trabajo y poder ganar un poco más de dinero.

De esta manera, un buen chaval responsable puede volverse completamente adicto a las valoraciones de las autoridades académicas del momento, considerándose una mejor o peor persona en función de los resultados que tiene.  En resumen, un entrenamiento temprano para su futura esclavitud dentro de los diferentes números y listas que definirán su vida. 

Este sistema propicia que mucha gente abandone el barco, las listas se acortan cada vez más conforme se avanza en el grado de formación. Podríamos deducir que el propio sistema está basado en que una gran parte de sus integrantes se desmotive lo suficiente, o fracase, para decidir abandonar. Todos hemos pasado por este reduccionismo en la forma de pensar y algunos hemos sido víctimas del mismo, compadeciéndonos en muchas ocasiones de los que no habían conseguido su objetivo: “qué vergüenza, qué triste, con todo el tiempo, dinero y esfuerzo invertido”. Hoy en día está más que claro: no podemos pautar el desarrollo de miles de personas desde el principio hasta el final de sus vidas.

Todo esto no deja de ser otro espejo de la superficialidad en la que se nos educa: no importa tanto lo que seas o cómo seas como persona, sino lo que hayas conseguido, cuánto hayas subido en ese escalafón en el que empezaste a ascender sin saberlo, cuántos puntos te dieron y en qué número de la lista quedaste. Y de ahí puedes estar más o menos orgulloso de tu vida, más o menos conforme contigo mismo. Contar números es lo más fácil del mundo: cuántos títulos de máster, cuántas visitas en Youtube, cuántas reproducciones en Spotify, cuántos seguidores en Instagram. Pronto el contenido de lo que hagamos como artistas será menos importante que el número de personas que lo sigan o lo consuman (si no lo es ya).

Lo que pasa, queridos amigos, es que todo en este mundo puede falsearse. Los números también. Haber dado con esta idea me lleva al siguiente pensamiento, ¿por qué no debemos fiarnos de los resultados de concursos y los procesos de selección supuestamente objetivos dentro del mundo de la música? ¿Qué hace tan dudoso al supuesto éxito?

Continúa en el artículo siguiente.

Sobre mí Darío Meta

Darío Meta (25 años). Pianista. He vivido y estudiado en Guadalajara, Madrid, Salamanca, Friburgo (Alemania) y actualmente en Lübeck (Alemania). Me interesan el cine, la improvisación, la divulgación cultural y la música de todas las épocas y estilos. Becario de la Fundación Alexander von Humboldt.

Un comentario en “La educación industrial y por qué ya no sirve – Capítulo 9

  1. Es verdad, simplemente queria agradecer a Darío por poner en palabras claras lo que muchos pensamos, no somos números las personas, y los artistas somos seres creadores y no dependemos o no deberíamos basar nuestra vida artística en las clasificaciones ajenas, aunque sean de personas que se suponen son expertos, que a veces, hacen mucho daño.Gracias de nuevo, por tu sensibilidad, que no se puede enumerar…un abrazo.

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