La ejecución eficaz, y luego, si eso, la interpretación – Capítulo 7

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El perfil de músico completo que existía hasta hace menos de cien años ha quedado totalmente fragmentado por el sistema de enseñanza actual en tres diferentes disciplinas que deberían retroalimentarse entre sí, composición-musicología-interpretación, pero que a día de hoy prácticamente ni se tocan.

En el caso de la interpretación, los alumnos jóvenes son conducidos preferiblemente por un camino que demanda que muestren su talento cuanto antes tocando obras muy exigentes. Cuanto más difíciles mejor, en ocasiones. Es la manera de garantizar que su camino en el mercado de la música avance a buen ritmo.  Los otros itinerarios se separan de la interpretación y en algunas ocasiones lo toman alumnos que no han destacado tanto al principio en esa carrera por “tocar y tocar”. ¿Cuál es la razón de este tremendo error: anteponer siempre la eficacia en la ejecución (aunque esta sea aséptica, automática y basada en la repetición) a casi cualquier otra cosa?

Una parte de esta forma de pensamiento debemos buscarla, por supuesto, en cómo se enseña la música. Nos encontramos ante una disciplina en la que uno puede llegar a ser un buen ejecutante apreciado por el público sin tener la más mínima comprensión de lo que se hace. Tal vez debido a la muy básica educación auditiva que recibe el público genérico. Quizá un caso comparable sea el teatro, en el que un actor podría repetir como un papagayo un texto sin entender ni sentir nada de lo que dice, ejecutando unas indicaciones marcadas, y sin embargo y pese a todo, provocar así un impacto en el espectador, valiéndose de las palabras.

En este caso, si enfocamos la educación musical en un sentido productivista, ante el ignorante siempre valdrá más algo que esté bien acabado aunque esté hecho sin emoción, sin comprensión del hecho en sí, sin entendimiento y muchas veces sin voluntad. ¿Cómo acertar entonces con la fórmula mágica? Si preguntamos a los profesores, nos dirán lo mismo: a veces es imposible predecir cómo va a desarrollarse un chaval, incluso cuando se ven signos inequívocos de tener éste dotes musicales. Quizás a veces el sistema no nos ayuda a que todas esas dotes florezcan, sino que se esfuerza demasiado en uniformar algunos aspectos que tienen que ver con la personalidad propia y con la conciencia de uno mismo y del arte; aspectos que hacen que seamos quienes somos y que no pueden cambiarse. Nuestra esencia. Para ese trabajo de normalización y homogeneización, el sistema escolar utiliza como elementos positivos, la alabanza y la admiración por parte del grupo, y como elementos negativos, el miedo al ridículo, la vergüenza, la marginación o el propio fracaso.

Así que el reto de todos nosotros, seamos músicos, científicos, historiadores o lo que sea, es pasar a través de todo este sistema escolar sin dejar que éste destruya la esencia de lo que somos (para convertirnos en una baldosa más de un precioso suelo que pueda pisarse a gusto) y nos perjudique demasiado. Si no que en lugar de ello nos dé un gran empujón continuado y nos haga sacar lo mejor de nosotros mismos a través de nuestro propio esfuerzo.

La interpretación musical es un arte complicado. Se trata de entender al compositor, de entender, descifrar y sentir la música que está escrita y además, de tocar y manejar el instrumento técnicamente muy bien, para poder hacer justicia a todo eso que se ha descubierto. Pero ocurre que una gran parte de los que han sido siempre alumnos de interpretación llegan a un momento en su vida musical y personal en el que sienten que necesitan también hacer otras cosas: leer más sobre sus compositores preferidos, escribir sobre temas que les interesen, investigar, descubrir nueva música que no sea la que siempre se escucha en las audiciones del conservatorio, aprender a improvisar, mejorar su educación auditiva, y por qué no, de una vez por todas, atreverse a escribir su propia música, tenga el estilo particular que tenga. A nadie le extrañaría esto, ya que el aprendizaje constante es lo que da sentido a una carrera tan larga como la musical. Sin embargo, durante muchos años, con el pretexto de la «concentración» en aspectos muy concretos para llegar a adquirir un nivel muy alto en ellos (un repertorio determinado, un estilo en particular, unas obras concretas), los estudiantes separarán los saberes en exceso, perdiendo perspectiva. Durante la etapa de estudios pareciera que, a no ser que uno se tenga a sí mismo por un genio polifacético (estoy siendo sarcástico), les corresponde únicamente a los compositores escribir música o armonizar canciones, o a los musicólogos saberse la biografía de los compositores, y a los intérpretes trabajar en su técnica y extraer un buen sonido de su instrumento. Y tantas otras separaciones absurdas que asumimos como nuestras, pero que son del sistema, para justificarse a sí mismo y la forma de organizar los saberes, transformándolos en asignaturas, en horas lectivas, monetizando el tiempo y transformándolo en un bien de consumo que se paga a los profesores. Y poco más.

Como si cada uno debiera atenerse a «lo que se supone que está haciendo», porque es el nombre que lleva puesto la titulación que ha decidido cursar. Pues bien, muchos de nosotros nos hemos visto en esta tesitura en algún punto de nuestra carrera. Me permito decir que es fundamental encontrar espacios de libertad y de creación personales e independientes. Los maestros deben ayudarnos a progresar, pero no deben centrar nuestras ideas, ni deben ser para nosotros la vara de medir toda la realidad a nuestro alrededor. Serán siempre una influencia fundamental, especialmente si son buenos maestros. Pero debemos entender que somos seres en constante evolución y aprendizaje, y así debería entenderlo el sistema también, para naturalizar la forma en que se nos educa.

La creatividad es un factor fundamental en el desarrollo humano y lo será mucho más en los años venideros, donde la fortaleza de los sistemas de enseñanza tradicionales están muy en entredicho (y con razón). Los conservatorios deben cambiar para ofrecer más opciones a la hora de aprender. No podemos siempre establecer una carrera prediseñada para todos, ya que no todos podemos ni queremos hacer lo mismo con nuestra vida, y por tanto tampoco con nuestra música.

Sobre mí Darío Meta

Darío Meta (25 años). Pianista. He vivido y estudiado en Guadalajara, Madrid, Salamanca, Friburgo (Alemania) y actualmente en Lübeck (Alemania). Me interesan el cine, la improvisación, la divulgación cultural y la música de todas las épocas y estilos. Becario de la Fundación Alexander von Humboldt.

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