No es algo «normal» – Capítulo 3

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Capítulo 3: No es algo normal

En las últimas semanas he podido formar parte de un proceso de selección para una cátedra de piano en un Conservatorio Superior del norte de Alemania. Junto a otros compañeros, me tocó el papel de hacer de alumno en una de las clases que el candidato debe impartir, ante un tribunal, como parte de los exámenes que se exigen para optar a una plaza de catedrático (que incluyen un recital de 45 minutos de programa con obras de diferentes estilos, clase de piano, clase de cámara y conferencia). La plaza se sacó a concurso varias veces, con algunos años entre cada convocatoria, y nunca se asignó a nadie, ya que las expectativas no se cumplieron.

Se espera que el profesor que ocupe una plaza semejante no sólo sea solvente, sino que merezca, por su trabajo, un sueldo, una posición y hasta un status social (la enseñanza de la música puede ser más o menos conocida, pero en Alemania goza de un amplio respeto) como el que le ofrece ser catedrático (Professor) en una escuela superior pública de música en este país. Por todos los méritos que haya acumulado y por lo que demuestre durante las pruebas, la comisión que lo elige debe llegar a la conclusión de que es un músico profesional, un artista interesante y un profesor dedicado a que los alumnos puedan crecer, desarrollarse y dar lo mejor de sí durante su época de estudios superiores, ya sean Bachelor o Master. Deben evaluar, con el mejor criterio posible, las capacidades de su próximo compañero. También por supuesto, intentar ver cómo es personalmente, y si podría encajar en el complejo universo que es un Conservatorio. No hay que olvidar que les esperan años y años de trabajo codo con codo: organizando, examinando, reuniéndose, tomando decisiones y dando forma a la escuela. El respeto mutuo por el trabajo del otro es aquí una condición sine qua non.

Estos profesores, convertidos momentáneamente en seleccionadores, tienen muy claro que los valores más importantes de la escuela son sus personas. Primeramente, sus alumnos. Ante todo se tiene en cuenta que el objeto primero y último de todo trabajo en la Hochschule es su fuerza viva, sus alumnos, sus estudiantes. Las personas que año tras año colocan a la escuela o no en un buen lugar, las personas que le dan buena fama, que hablan bien de ella en sus círculos: los egresados. Después, por supuesto, los profesores. Y también todas las demás personas que trabajan en la escuela, que no son ni profesores ni alumnos, pero que conforman la comunidad educativa. Hay muchos: funcionarios de varias clases, conserjes, secretarios, informáticos, técnicos, personal de seguridad, cafetería y comedor.

Lógicamente, y sin ningún ánimo negativo ni destructivo, a uno se le viene a la cabeza cómo se hacen este tipo de cosas en su propio país. Porque uno le tiene cierto cariño, y también le preocupa…

Es verdad: en algunos aspectos, como el puramente económico, no es comparable; las escuelas, aún con los recortes de los últimos años, son ricas al lado de nuestros conservatorios superiores. En el Conservatorio Superior español donde yo recibí mi titulación superior, el presupuesto anual no llegaba a ser una quinta parte de lo que es en cualquier escuela que tomáramos como comparación en Alemania. Tampoco la fuerza de trabajo: mientras que en Salamanca 3 personas se ocupaban de todos los trámites de un volumen de alumnos cercano a los 300 (con ayuda de uno o dos profesores que accedían a una reducción horaria a cambio de unas horas semanales de despacho) aquí cada mil estudiantes cuentan con el trabajo de unos treinta funcionarios entre los anteriormente descritos, cada uno con una función asignada (pruebas de acceso, evaluaciones, prensa, promoción de la escuela, proyectos orquestales, gestión de los espacios, gestión de personal, asuntos económicos, oficina internacional y de intercambio, Erasmus, becas, etc.).

En otros aspectos, como el de la exigencia y las pruebas a los docentes, sí es comparable. Es cierto que para acceder a una posición de profesor en el Coscyl había que superar dos pruebas: una consistente en un pequeño recital donde el candidato se mostrara como intérprete (30 min) y una consistente en una clase (ante el tribunal) donde el candidato pudiera mostrar, en un tiempo reducido, sus habilidades y su experiencia como profesor.  Pero todos sabemos que no puede observarse mucho en media hora de clase. Ni saber hasta qué punto la información fue incorporada, analizada o utilizada por el alumno, ya que, a este, nadie le preguntará nada más en el futuro.  También es cierto que ninguna de estas pruebas era conducente a una plaza de Catedrático, sino a ocupar una plaza de profesor en un Conservatorio superior mientras llegaba una convocatoria de plazas fijas. Y ese mientras llegaba dura actualmente ya más de veinte años.  De esa manera se crea el extraño concepto de «catedráticos interinos», cosa que no le entra en la cabeza a nadie: si una persona ha llegado a ocupar una cátedra, no puede ocuparla de manera interina. Serán plazas de profesor superior entonces, no serán cátedras. No llamemos a las cosas lo que no son. Un vaso es un vaso y un plato…, ya saben. Como bien decía un querido profesor mío, el lenguaje crea realidades. Denme ustedes las explicaciones que quieran. A partir de aquí comenzarían los debates dialécticos y el empeño en explicar lo inexplicable: que este sistema de selección no tiene ni pies ni cabeza, ni acierta a ofrecer la solución a los problemas que plantea siempre la selección de personas para desempeñar un determinado puesto.

Acostumbrados como estamos en nuestra tierra a nombramientos que mucho tienen que ver con política y poco con conocer el terreno que se está pisando (y sobre el que se toman decisiones) estas cosas nos parecen casi normales e incluso, a veces, aceptables. Vemos constantemente a personas que permanecen ocupando puestos que les superan en responsabilidad y en solvencia. Y, sospechosamente, siguen ahí. Pero ya les digo, no es algo normal.  La educación y la formación son un tema delicadísimo. Ser profesor es una cosa muy seria, es un rol muy importante dentro de nuestra sociedad y dentro de nuestro sistema. Y eso no depende de que seamos un país rico o pobre. Depende de que le demos a las cosas la importancia que tienen.

Me gustaría, con todo respeto, conocer el número de personas que saben de todas estas particularidades, dentro de los que son responsables de las comisiones parlamentarias que redactan, proponen y debaten estas leyes que cada tanto se nos cambian. Y me gustaría ver realmente dónde y a través de quién han obtenido la información  sobre el objeto a tratar y a legislar. Quién asesora a las personas que dan forma al espacio legal y administrativo de nuestros centros académicos. Quién les ilumina. Quién demonios es y por qué no está todavía en busca y captura.

Los Conservatorios deben cambiar para que se reconozca la labor de los grandes profesores y toda la sociedad musical pueda beneficiarse de ello. Y para esto hace falta tomar mucho más en serio el proceso de formación y selección del profesorado.

 

Sobre mí Darío Meta

Darío Meta (25 años). Pianista. He vivido y estudiado en Guadalajara, Madrid, Salamanca, Friburgo (Alemania) y actualmente en Lübeck (Alemania). Me interesan el cine, la improvisación, la divulgación cultural y la música de todas las épocas y estilos. Becario de la Fundación Alexander von Humboldt.

Un comentario en “No es algo «normal» – Capítulo 3

  1. ¡Cuánta razón tienes!
    Yo me pregunto, ¿tendrá que saber valenciano el cirujano que opere a un alto cargo de la comunidad valenciana?
    ¡Pobre música!

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