¿Realmente la música merece la pena?

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Da igual a quién le preguntes sobre “qué es la música”; siempre se te responderá que la música es vida, la vida sin música sería un error, la música no se puede explicar con palabras, la música llega directa al corazón, y una serie interminable de eslóganes que sólo por sí mismos no tienen ningún sentido.

Esta definición de “música” como algo que está para ser oído pero nunca entendido, está atentando de manera ingenua y aparentemente inocente contra la demanda de una educación musical desde nuestras raíces; y es por esto que hoy me decido a traer a la luz algunos temores y reflexiones personales, amparada bajo una tajante afirmación de Harnoncourt, “no tenemos ni idea del problema [la vida musical en la sociedad], porque creemos que no hay nada que entender, que la música se dirige directamente al corazón”.

Estoy segura de que esta introducción tan radical puede haber echado atrás a más de uno, pero os pido que me deis una segunda oportunidad, ¡intentaré explicarme mejor!

El aprendizaje del idioma materno comienza desde los primeros meses del bebé, quien comienza a establecer conexiones neuronales que relacionan unos conceptos con otros ya aprendidos. Es así como los niños aprenden quiénes son “mamá” y “papá”, que quieren “agua”, que “¡ay!” es cuando duele, que “quiero” cosas, etc. Poco a poco, y sólo mediante la escucha, el niño va aprendiendo a entender aquello que le rodea y a interactuar con él, elaborando frases que cada vez crecerán en complejidad.

De la misma manera, nuestra educación musical comienza de manera muy similar, aunque no nos percatemos de ello: cuando escuchamos con atención nos damos cuenta de que quien está triste habla despacito y con un tono de voz apagado, muy distinto del que está alegre y apenas puede contener la energía entre sus sílabas. También hay gente que se enfada y grita muy fuerte, o que está nerviosa y se descontrola al hablar. Cuando estamos contentos tenemos ganas de correr y de saltar, ¡aunque cuando tenemos miedo también corremos mucho! Sin embargo, si estamos tristes o estamos cansados nos movemos lentamente, y sólo nos apetece estar quietos.

Todo este aprendizaje gira en torno a cómo nosotros relacionamos los conceptos que aprendemos, y en esto también tiene un papel fundamental la cultura y el entorno. La manera de emplear los recursos musicales varía mucho de oriente a occidente, incluso de un país a otro (aunque cada vez la diferencia es menor). En cualquier caso, todos estos parámetros contribuyen a elaborar una concepción musical auténtica para cada individuo, aunque establecida sobre unas bases comunes. Como diría Celibidache, “la correspondencia entre el sonido y el mundo interior del hombre hace posible la música y su significado”

Este proceso de educación musical transcurre de manera intuitiva y natural durante los primeros años de vida, estableciéndose así un primer nivel de comprensión musical. Sin embargo, en vez de ser un proceso imparable, a partir de aquí se produce una drástica división entre “músicos” y “no músicos”. A los que comienzan su carrera musical se les introduce cantidades ingentes de teoría musical, que por desgracia no siempre se imparten con su conveniente aplicación práctica; y al resto de niños se les reconduce por un camino educativo que apenas les hablará de música, más que para estudiar escalas con una flauta dulce. Aquí debéis permitirme un pequeño paréntesis estructural, porque… ¿la educación musical que recibimos está realmente enfocada a la comprensión de la música?

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Cuando veo que en las clases de música se imparten lecciones de notación musical (y de flauta dulce, INSISTO, ¡ay! ¡Con lo enriquecedor que sería dar clases de coro!), me pregunto: ¿qué tipo de escuela sería capaz de contratar a un profesor de inglés que centrara sus lecciones exclusivamente en el estudio de la fonética (exponiendo los símbolos que existen para designar cada sonido)? Un profesor así estaría privando a sus alumnos de la siguiente verdad: la combinación de esos sonidos es capaz de generar sílabas, y palabras, y frases, y párrafos. Un profesor así, estaría despojándole de su propio significado a todos esos símbolos, rebajándolos a una mera combinación de líneas. Un profesor así es el equivalente a la educación musical que hay en nuestras aulas.

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Después de este paréntesis me veo capaz de llegar a una conclusión sin causar sobresaltos, ¡o eso creo! El resultado de esta criba educativa es que se genera una enorme cantidad de público cuyo nivel de comprensión musical es muy primitivo. Esto no significa que sólo los que estudian un instrumento y teoría musical pueden comprender la música, ya que (fuera de toda escuela, conservatorio o academia) como mejor se aprende un nuevo idioma es escuchándolo todos los días; ¡pero no de cualquier manera, si no prestándole suma atención! Gracias a una escucha diaria y concentrada de música ejecutada por buenos intérpretes, poco a poco se puede ir detectando que existen ciertas marcas de puntuación que ordenan las frases, que hay giros argumentales llenos de sarcasmo o ironía, que existen los cambios de plano, conversaciones simultáneas,… ¡tantos recursos musicales como seamos capaces de imaginar! Cuanto más profunda y entrenada es tu capacidad auditiva para detectar y relacionar los elementos sonoros, más intensa y más emocionante es la escucha de la música. 

Finalmente, con todo esto diré que a día de hoy son muy pocas las personas que aprecian la música como algo más importante que una mera actividad de ocio, y esto está destrozando de manera devastadora el patrimonio artístico y cultural de este país. Llega un momento en que tu propia experiencia como oyente hace que todos esos eslóganes sensacionalistas cobren sentido y vida de nuevo, porque efectivamente la música es vida y habla de la vida con un lenguaje muy peculiar que está lleno de maravillas. La música no debería ser prescindible más que para los insensatos. Por desgracia, a día de hoy también lo es para los ignorantes.

EPÍLOGO: Todas estas consideraciones son inquietudes personales que si bien pueden haber sonado de manera arrogante o egocéntrica, sólo están escritas con la esperanza de que remuevan la conciencia de quienes me leen, tal y como a su vez han hecho conmigo tantas personas a lo largo de mi corta experiencia. Humildemente, también quiero aclarar que soy consciente de que muchísimas personas serían capaces de tratar y desarrollar este tema con mayor coherencia y propiedad, pero el entusiasmo por mi carrera y la frustración que me produce tanta incomprensión social me ha movido a escribir estas líneas tan justicieras. No obstante, os invito a que comentéis y compartáis vuestra experiencia, a que os lancéis en defensa de la música con los medios que tengáis. ¡Todos son pocos!  

Y termino con una confesión final; de lo único de lo que estoy plenamente segura es de que cada minuto que le he dedicado al estudio de la comprensión musical, ha ampliado generosamente el número de sensaciones que ésta podía hacerme sentir. La música está llena de regalos y es infinitamente generosa, ¡tened paciencia hoy y ella no os abandonará nunca!

 

Valgreen.

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Sobre mí María Valverde

Pianista. Pon un trébol en tu vida. ?

2 comentarios en “¿Realmente la música merece la pena?

  1. Valgreen, al leer estas líneas sólo soy capaz de pensar en el fracaso del sistema educativo Español de hoy en día. Y es que esa capacidad de comprensión musical de la que hablas, y que es tan necesaria en la enseñanza de la música, se puede aplicar a cualquier otro área de conocimiento o asignatura de instituto. Lengua, historia o geografía… pero sobre todo, a cualquier rama puramente científica: Estamos enseñando a los alumnos a no usar el pensamiento crítico, y ese es el verdadero motor del avance social, tecnológico y en definitiva del conocimiento del ser humano. La única forma de avanzar es cuestionar las verdades absolutas de tradición que nadie nunca se atrevió a contradecir, investigar…
    Ojalá esto llegue algún día a nuestra clase política, a la legislación vigente, y por lo tanto a toda la sociedad.
    Enhorabuena por el artículo.

    1. Intentemos cada uno de nosotros implementar el cambio que deseamos ver en la sociedad. Los políticos solo son los gestores de los cambios que la sociedad ya ha incorporado. La responsabilidad es de cada uno de nosotros. Y el pedir que los políticos, las instituciones, apliquen el cambio no hace más que despistarnos del hecho real que es que ‘cada uno de nosotros es el auténtico responsable de los cambios que desea ver en la sociedad’.
      La ventaja de este planteamiento es que cada uno de nosotros somos dueños absolutos de lo que hacemos. Y una vez estás haciendo lo que quieres hacer ya ‘tu responsabilidad como individuo ha acabado’; lo que suceda luego ya no es cosa tuya. Y si otros hacen pues bien, y si no hacen pues es cosa suya. Tu ya has decidido tu camino.
      En la película Forest Gump, él camina. Cada día Camiña y a veces gente le acompaña y oras veces no. Y a él le es igual. Él hace su camino.

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