Hay dos ocasiones en la vida de la gente en que la música se democratiza al extremo. Da igual quién seas, qué hagas, cuáles sean tus aptitudes. Se espera que cantes. O que acompañes. O que como mínimo tamborilees con los dedos o timbres una copa con el tenedor. En efecto, una de ellas, es el día del cumpleaños de alguien. Y la segunda, es la Navidad con sus villancicos.
Villancicos allí y allá. De distintas tradiciones. Versionados de las formas más diversas. El cielo y el infierno. Los sonidos de los coros más angelicales y los berridos de tu hermano borracho con una guitarra desafinada. Durante la Navidad, la música se democratiza. Deja de estar en mano de los músicos. Todo el mundo la hace.
Emerge entonces el caos y la anarquía. En una casa, una familia en torno a la mesa se enfrenta al temido por unos, anhelado por otros, momento de cantar. En qué tono. Cómo lo hacemos. Cuál es la letra. No, no era así. ¿Y el ritmo? ¡Vas a destiempo! La discusión se acalora, intensificada por la cogorza que llevan todos. Y de repente, tú ocupas el centro de la atención. Mi cielo, tú que eres músico. ¿Podrías tocar hacia Belén va una burra?
¿Yo? Mamá, ¿te estás refiriendo a mí? ¿A mí, que dedico mis horas a desentrañar los más intrincados y enrevesados pasajes de Bach? ¿A mí, que escucho con melancolía canciones tristes por lo incomprendida que me siento? ¿A mí, que dedico cinco horas diarias a que mis dedos corrijan desajustes en el sonido que el 90% de la población no podría reconocer? ¿Hacia Belén va una burra, mamá? ¿Yo?
E indignada coges el móvil. Y te vas a tus redes sociales. Con consternación escribes “harta de que a los músicos no se nos tome en serio y lo único que me pidan tocar en casa es Hacia Belén va una burra”. “Ya tía, qué falta de respeto”. “Con todo lo que has sacrificado… La burra, qué fuerte”. “Sí, la burra.” “Qué diría Beethoven de la Burra si lo viera”.
A Beethoven, que está en este momento paseando con premura al lado de un campito nevado en las afueras de Viena, le llegan nuestros ecos de músicos traumatizados, en la distancia, a través de los años. Nos escucha decir que qué pensaría el compositor de la novena sinfonía si nos viera a nosotros, sus descendientes, tocar Hacia Belén va una burra rin rin. Beethoven se detiene. Reclina a cabeza y tararea un poquito. “Hacia Belén vaa una burra rin rin” Sol Dodododooo Mi SolFaMi Reee yo la remendaaaba nana,… Tararea ensimismado.
Ahora retoma su caminata de vuelta a casa. Entra, no se detiene a dejar su abrigo y sin entretenerse en el camino se sienta frente al piano. Y toca. Una tónica, dominante sostenidaaaaa y tónica de vuelta. En distintos tonos. Encuentra un ornamento divertido. Y juega. Y qué pasa si cambio de subdivisión. Y si ahora la burra se revela y se transforma en un ser maligno. Y si ya no va a Belén, sino que vuelve. Y si ahora los pastores cantan a a destiempo y surge un canon, cómo sería. Ahora canta el abuelo. Ahora el niño.
Después de varias horas entretenido en unas teclas del piano -que, sí; escucha perfectamente, o sea, si antes me habéis aceptado que Beethoven nos podría escuchar a través de las dimensiones del espacio y del tiempo entendiendo la letra en español y todo, no podéis recriminarme ahora que Beethoven no podía oír mimimimi- Beethoven decide encender una vela, se le ha hecho tarde, y ponerse a transcribir aquello que su inventiva y su desenfrenado y desvergonzado y desinhibido juego musical ha generado. Deja esos bocetos acabados a un lado y escribe una carta.
“Querido Artaria,
tienes aquí unas variaciones que he compuesto sobre Hacia Belén va una burra. Creo que os puede dar ventas en estas Navidades.
Por cierto, me debes el cobro de los derechos por las marchas militares, los duetos a cuatro manos, y los arreglos de canciones escocesas que te envié por encargo,
que para nada se corresponden con mis ambiciones musicales pero que entendiendo que soy una persona cualificada y un músico profesional, qué menos que poder aportar a la sociedad lo que se necesite.
No olvidemos que la música es un evento social, nació para agrupar y compartir las experiencias. Hacernos uno. Así nació la música y a eso debe su existencia.
Sinfonías hice nueve; pero arreglos de canciones escocesas, 179 aproximadamente.”