En el entorno del músico parece existir siempre ese problema. Si uno complace al público, es un vendido, ha dejado de hacer arte. Si se busca la trascendencia, nadie te escucha, eres un bicho raro. Esta dicotomía podría resumirse en la pregunta, ¿qué debo ser; un artista o un artesano? Quién es el causante de que nos preguntemos esto: Beethoven.
La inspiración, el genio musical, el talento,… Son tópicos que acompañan la definición de artista. Todos queremos ser artistas. Admirados, encumbrados, que cambian el curso de la historia y son recordados por los siglos de los siglos, que emocionan y estremecen. Sin embargo, esta concepción del artista no existió siempre. El primer músico que encarnó todos estos tópicos fue Beethoven. ¿Qué lo distinguió realmente del resto? Veámoslo con más detalle.
Desde su comienzo, la música ha tenido unos fines muy claros. Generalmente, para cohesionar un grupo y compartir una experiencia, ya sea la de trabajar juntos, la de distintos rituales o ceremonias religiosas, la de celebrar, etc. Por ello, el músico no era más que un siervo al que se le encargaba la parte musical del evento; ya fuera componer, recitar, improvisar, interpretar,… Todos siervos. Artesanos. Buscando la mejor manera de servir las peticiones de distintas personalidades con poder.
Así vivieron Mozart, Vivaldi, Palestrina, Haydn,… Bajo la protección, pero también, supervisión, de un mecenas que encargaba piezas musicales. Grandes artesanos, que podían ser bien reconocidos por su labor y maestría. Pero sin mayores privilegios.
Según se nos parece contar, Beethoven lo cambió todo. ¿Fue realmente tan rompedor? ¿Qué le hizo ser el artista que ahora recordamos? ¿Cómo manejó él el binomio del artista-artesano? ¿Podemos ser tan artistas como Beethoven?
En cierto modo, Beethoven fue como los demás. Improvisaba para el entretenimiento de la aristocracia, no de buena gana, es cierto, pero lo hacía. Compuso obras para sus mecenas durante toda su vida, entre las que se encuentran contradanzas para ser bailadas o marchas militares. Piezas de gran simplicidad.
Sin embargo, es cierto que algo lo hizo diferente a los demás. Influenciado por su entorno, dos motivaciones le mueven a componer más allá de los encargos recibidos:
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Generar efecto en sus apariciones públicas.
Beethoven llega a Viena en 1792 con 22 años. En Bonn, su ciudad natal, no ha sido difícil ser conocido y respetado, pero en una ciudad como Viena que ya ebulle actividad musical puede ser un reto. Tiene que escoger una estrategia. Beethoven decide que al piano va a ser imparable. Va a ser una bestia. Quiere ser un escándalo, que hablen de él.
Definitivamente, lo consiguió. Hasta el punto de que pianistas de todas partes de Europa viajaban a Viena para enfrentarse con él y ganarse un nombre, saliendo Beethoven siempre victorioso. ¿Cómo lo consiguió? ¿Cuál fue su as en la manga?
En aquella época, el instrumento de teclado cambiaba constantemente. Bach compuso toda su obra pensando en el clave, un instrumento en que se basaron los primeros tratados teóricos sobre el arte de tocar el teclado. A pesar de que los teclados iban evolucionando, mucha gente se aproximaba a ellos con el enfoque de la escuela clavecinista. Según este método, lo realmente importante era la acción digital del dedo, las teclas eran muy ligeras, y sonaban siempre con la misma intensidad, así que no era necesario más esfuerzo. Asimismo, eran teclados pequeños, no eran necesarios grandes desplazamientos.
Beethoven quiso causar efecto. Beethoven se hizo con el piano. Lo exploró como nunca antes nadie lo había hecho. Su obsesión le llevó a buscar las sonoridades más inhóspitas. Se fascinó por esa capacidad de crear contrastes y la explotó: grandes acordes, grandes sonoridades, tocaba con el brazo entero,… Estas exploraciones ya se pueden ver en sus primerísimas obras escritas a sus 12 años. Y ese conocimiento del piano le hizo no tener rival. Nadie podía competir contra él porque sencillamente estaba en otra liga. En otra categoría. Él no era clavecinista. Él había comprendido el potencial del fortepiano.
Estos recursos puestos al servicio de su querer generar efecto se reflejan en todos los testimonios que nos han llegado de él tocando el piano. No hay nada más increíble que ver a alguien habilidoso y virtuoso que intencionadamente busca sorprendernos. Nos hace creer que no existe algo imposible. Que allá donde pensábamos que había un límite éste se rompe. El estupor que sentimos nosotros al ver a un funanbulista debe ser similar a lo que sintieron los contemporáneos de Beethoven.
Por esto mismo, uno de sus formatos favoritos para el momento de la improvisación y de la composición fueron las variaciones. El sistema es el siguiente: se parte de un tema conocido, familiar, generalmente sencillo y simple; y se improvisan variaciones sobre ese tema. Aquellos temas y melodías, en las manos de Beethoven rabiaban energía potencial. Aquel que conocía el genio del improvisador ponía una atención y curiosidad desmedidas, ¿por dónde nos va a salir ahora? ¿Qué va a hacer esta vez con esta idea?
Este tema podría extenderse, pero necesariamente paso a la siguiente motivación del compositor que le distinguió del resto, que es:
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Aspirar a representar las categorías estéticas discutidas en su época.
Imagináos socializar en entornos en los que se comentan con frecuencia la obra de autores como Schiller, Goethe o Richter, y se debate sobre lo que estas proponen. En concreto, las categorías estéticas de lo bello, lo siniestro, lo trascendental, lo heróico,… En la mente del compositor se instalan como referencias y aspiraciones. ¿Cómo se expresa lo pastoral? ¿Lo bello? Si se hace y se aplica en literatura, ¿cómo se podría expresar y sentir con la música? Sus horizontes y ambiciones se expanden ahora por encima de la experiencia individual misma.
Estas dos motivaciones le convirtieron en un intérprete sin rival en su entorno, en Viena, en Europa. Pero muchos virtuosos han existido a lo largo de la historia, y ninguno ha llegado a tener la trascendencia que tuvo Beethoven. ¿Cómo se explica esto?
Beethoven fue testigo de uno de los acontecimientos históricos más relevantes en la historia occidental: la revolución francesa. Él no fue militante, no participó en ninguna batalla, como sí haría por ejemplo Verdi. Pero todo aquello que no hizo de palabra, lo hizo su música. Veámoslo.
La revolución estalla en Francia azuzada por la pobreza y necesidad que arrastraban sus habitantes. Los ideales que acompañaban estos sucesos, condensados en el lema, libertad, igualdad, fraternidad, se extendieron en el resto de reinos y generaron un imaginario colectivo de elementos que pasaron a asociarse con la revolución.
En ese imaginario podemos visualizar la vehemencia y el efecto que generaban los oradores franceses, tales como Robespierre. En literatura, los fenómenos naturales, su fuerza, su monstruosidad, su grandiosidad, empiezan también a asociarse con los valores de la revolución.
En Viena, todo ese pensamiento se sentía y se acumulaba internamente en el vivir de la gente. No hubo estallido, no hubo violencia civil, al fin y al cabo, las cosas no iban mal (no hemos de olvidar que en París todo se desencadena por una crisis de pobreza). Pero no yendo mal, no se podía dejar de pensar en aquello predicado por los franceses. Todos los conceptos que venían de la revolución, el cuestionamiento de las formas de gobierno actuales,… En Viena, esos ideales no llevaron a sus gentes a tomar acción, sino que las llenó de ideas que se compresaban, se tensaban, y generaron la necesidad de ser expresadas de alguna manera, vividas en comunidad.
Aquí tenemos todos los ingredientes. Discursos que tratan de ganarse al pueblo y emocionarlo con golpes de efecto. Imaginario que conecta lo natural con los ideales de la revolución. Una sociedad que necesita de un catalizador para todas esas tensiones, no pudiendo ser este la violencia. No pudo ser otro. Necesariamente, Beethoven encajó todo aquello de manera tal que su figura pasó a formar parte de ese imaginario de ideales revolucionarios. Allá donde se hablaba de revolución se habló también de las sinfonías de Beethoven. De su música.
Una música vehemente, beligerante, llena de golpes de efecto, con la bravura y la intensidad de lo natural, en Viena.
Es por esto que podemos sentir de forma magnífica y engrandecida todas esas pequeñas anécdotas personales que nos quedan registradas de Beethoven. Él, encerrado en una habitación, negándole una y otra vez al príncipe Lichnowsky, que al otro lado de la puerta le ruega que por favor, que salga y toque para los oficiales franceses que están en palacio. Él grita, espeta que no da perlas a los cerdos. Escapa, viaja de noche y bajo la lluvia. Al día siguiente, escribe su famosa carta: “Usted es príncipe por azar, por nacimiento; en cuanto a mí, yo soy por mí mismo. Hay miles de príncipes y los habrá, pero Beethoven solo hay uno.”
Pero incluso en este caso, la composición de sinfonías fueron obras necesitadas por su entorno. Beethoven es quien es hoy porque compuso aquello que la gente necesitaba escuchar.
Imagen destacada: Retrato de Ludwig van Beethoven por Julius Schmid, hacia 1901 © Wien Museum. Publicado el 18 de febrero de 2020 por Daniela Hirschl en Cultura en Viena Noticias de Viena (250 aniversario de Beethoven).