Alejandro Antón
El otro día, en clase, surgió el tema -siempre tabú- de cómo llegar a ser profesor en el ámbito de la educación superior. Por suerte, estábamos en un aula universitaria y nuestra profesora habló del acceso del profesorado a las Enseñanzas Artísticas Superiores sin necesidad de medir sus palabras.
Sin duda, nuestro sitio está en la Universidad. Lo demuestran los planes de estudios, lo dice el sistema educativo (incluida esa cláusula esquizofrénica que reza que “las Enseñanzas Artísticas Superiores son Enseñanzas No Universitarias dentro del Sistema Educativo Español de Enseñanza Superior”) y lo reafirma la madurez intelectual y profesional que se supone que hemos alcanzado una vez terminados los estudios. Con esto me refiero a que se presupone a cualquier titulado universitario -o de Enseñanzas Artísticas Superiores- una capacidad crítica, una visión múltiple y compleja del mundo y de su disciplina, y, desde luego, trascender e ir más allá de un mero aprendizaje técnico y mecánico.
También demuestran que nuestro sitio está en la Universidad aquellos aspectos que no tenemos en los centros de Artísticas Superiores, como los recursos materiales, el acceso a la comunidad científica e investigadora mundial, la autonomía académica y de gestión, la presencia de prácticas laborales (no voy a mencionar la palabra remuneradas porque no pretendo escribir un artículo de ciencia-ficción), convenios de colaboración, intercambios y un largo etcétera.
No obstante, existen algunas líneas rojas que trazan una grieta entre las Enseñanzas Artísticas Superiores, tal y como las conocemos, y la plena incorporación en la Universidad. Por un lado, está el problema del profesorado. Actualmente, el profesorado de las Enseñanzas Artísticas Superiores se rige por unas normas y está principalmente vinculado a la enseñanza secundaria. Así, sus procesos selectivos dependen directamente de las Consejerías -frente al caso universitario, en la que las universidades convocan sus propios procesos entre los aspirantes acreditados por ANECA- y tienen pruebas y baremos distintos a los universitarios y de la misma naturaleza que las de la educación secundaria.
En principio, esto se solucionaría asimilando el sistema de acreditación de ANECA para los profesores de Enseñanzas Artísticas Superiores, pero existen profundos inconvenientes. La acreditación del profesorado universitario tiene en cuenta, principalmente, la investigación. Sin embargo, el modelo de investigación universitario, basado en la realización de publicaciones de carácter científico, desincentiva la práctica artística. Este modelo es valioso para las disciplinas científicas empírico-experimentales o las ciencias sociales, pero en el caso de las enseñanzas artísticas la valía que puede aportar un profesor reside precisamente y esencialmente en su práctica artística. La cuestión es que no se contempla sustituir la experiencia investigadora por experiencia artística profesional como valores equivalentes -y llevar a cabo esta equivalencia podría no ser viable, lícito o siquiera justo-.
Otro obstáculo que se maneja en las Enseñanzas Artísticas Superiores es la cuestión del número de alumnos por profesor. En las enseñanzas, especialmente las instrumentales, se da una exigencia ausente en la práctica totalidad de las demás disciplinas académicas: necesariamente se necesitan clases individuales -un alumno, un profesor-. Algo que actualmente no tiene antecedentes -que yo sepa- en el ámbito universitario.
Por último, las Enseñanzas Artísticas Superiores requieren de una prueba de acceso específica para incorporarse como alumno. En cambio, la entrada en la Universidad se rige a través de la prueba de acceso general (Selectividad, PAU, etc.) a partir de la cual se puede acceder a la oferta de cualquier titulación, por orden, a partir de la nota media obtenida en Bachillerato y en dicha prueba, y siempre que las plazas no hayan sido ya cubiertas por aspirantes con una nota más alta.
El problema en este caso es evidente: un aspirante con una nota máxima en Bachillerato y PAU podría entrar en unas enseñanzas, por ejemplo, de clarinete, sin haber visto siquiera un clarinete en su vida. Y, en el caso de las enseñanzas superiores de música, se presupone un entrenamiento previo suficiente como para desplegar un nivel de base con el cual cuatro años de trabajo sean suficientes para adquirir una capacidad profesional. Nivel que además no se trabaja, ni se aborda, ni se incentiva siquiera desde la educación general. Desde la nada, cuatro años no son suficientes en este caso concreto.
En resumen, la resolución de este ya largo conflicto requiere de varias cualidades. En primer lugar, de voluntad. Sin ella no sería viable si quiera tratar de desatar el nudo que supone la cuestión. En segundo lugar, de trabajo, exhaustivo y meticuloso, por parte de toda la comunidad educativa. Sin él no se podrían definir las necesidades, las características y las posibles aportaciones de la educación artística, y desde luego, no se podría desplegar todo el aparato jurídico, normativo, logístico y personal que una reforma de esta naturaleza -si se quiere hacer bien, claro- requiere. Por último, de solidaridad y generosidad. Por parte de la clase política, para atender unas enseñanzas que llevan varias décadas relegadas al rincón de pensar. Por parte de las universidades, para acoger por fin a una disciplina tan válida como todas las demás, y que puede aportar tanto a la causa común. Y, también, por parte de las propias Enseñanzas Artísticas Superiores, para quitarse todas las telarañas del pasado que muchas veces adornan nuestros centros -tanto metafóricamente como explícitamente- y avanzar por fin a un modelo educativo propio de nuestro tiempo.
Alejandro Antón, secretario de FNESMUSICA, ha estudiado Piano y Composición en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Actualmente está cursando el Máster de Música de la Universidad Politécnica de Valencia.
Precisamente por lo singular de nuestras enseñanzas requieren un tratamiento especifico que respete todos los aspectos que un estdio a fondo y autocrítico marque como elementos indispensables. De ahí lo importante de una Universidad de las artes como la hay para las enseñanzas técnicas que no hace demasiados años no eran universitarias.