¿Qué está pasando cuando un niño de Primaria no conoce el nombre de Mozart y sin embargo ha memorizado cada verso del último éxito de reggaeton?
Después de esta introducción tan apocalíptica, echemos el freno: la cosa no está tan mal. Puede que a muchos niños ni les suene el nombre de Mozart o cualquier otro compositor, pero incluso en el peor de los casos reconocen las melodías de sus obras más famosas. Por supuesto oyen la Marcha Turca y piensan “¡Esa es la canción de tal anuncio!”, pero ¿acaso es eso algo negativo? De hecho, la mayoría de música clásica que parecen conocer los niños es a través de la televisión (de sus series y películas preferidas sobre todo).
Es mi primer año como docente y cada día descubro algo nuevo en el colegio que me hace reflexionar. Cuando el otro día un niño de 5º de Primaria (10 años) me preguntó “Profe, ¿quién es Mozart?” me quedé de piedra. Después de explicárselo y enseñarle alguna pieza que en realidad sí conocía pero no identificaba con el nombre del compositor (como hemos explicado en el párrafo anterior) le pregunté cuál era la última canción que había escuchado y si me la podía cantar. Descubrí con sorpresa que conocía al detalle “Despacito” de Luis Fonsi. Decidí seguir indagando por el colegio y vi que en todos los cursos y en todas las clases sucedía lo mismo. Incluso con los más pequeños, la música que conocían se resumía a los nuevos (y efímeros) éxitos que inundan la radio e Internet. Al preguntarles quién les había descubierto estas canciones la respuesta más habitual era “mi padre” o “mi madre” “en la radio del coche”. Aunque alguno me llegó a decir incluso que era su tutora quien se la había puesto.
Terminada la jornada escolar comentaba la experiencia con otros profesores y recibí una respuesta que me dejó congelado de nuevo: “¡Hombre, cómo no vas a creer que se la sepan entera! ¡Si la ponen en todas partes!”. Perdón, ¿debo entender entonces que un padre o una madre no puede ser responsable de la música que escucha su hijo pequeño; máxime si esta contiene mensajes machistas, denigrantes y ofensivos hacia las mujeres o incluso apología de la violación? Por otro lado, los niños no entienden lo que están cantando, y lo más positivo que podemos sacar de esto es que a los niños les encanta la música sea cual sea. En su infinita inocencia y sin una guía que les ayude a desarrollar un gusto musical no saben diferenciar entre el pop y la música de Bach. ¿Y qué? ¿Importa realmente que un niño entre 6 y 14 años, edades en las que se da su formación musical reglada, conozca, como nos dicen los libros de texto, obra y vida del compositor cuando no tiene el más mínimo interés por su música y recita como un loro “Reggaeton lento” con placer? Parece necesario establecer un orden de prioridades que dicten con un enfoque realista unos parámetros a seguir para conseguir una formación musical satisfactoria.
Los adultos tenemos un poder increíble sobre los niños en cuanto a la percepción que tienen del mundo, ellos son un auténtico espejo de lo que ven, de lo que escuchan. Nos imitan en todo lo que hacemos, no saben si está mal o está bien o si existe un término medio, no han desarrollado un código moral propio aún. Y es que muchas veces el problema se traduce en una inocente ignorancia por parte de los responsables: no saben qué escuchar. Infravalorar el acto de escuchar en sí tampoco contribuye a que los niños aprecien la música.
Cuando empecé a estudiar Magisterio empecé a elaborar la teoría de que en nuestro país, en un plano horizontal, la Educación es una serpiente que se muerde la cola: alumnos que salen de Bachillerato desmotivados con una nota de corte baja y no tienen claro qué hacer eligen Magisterio como una opción fácil y con salidas, profesores que han estado dónde están los estudiantes ahora les “forman” oprimidos por un sistema que tampoco ayuda, los graduados salen de la universidad y vuelven a enseñar a otros alumnos que continúan la rueda.
En un plano vertical tengo la sensación de que hay 5 niveles con distinto poder para cambiar las cosas o dejarlas como están: los padres y profesores, la jefatura de estudios y dirección del centro, la entidad dueña del colegio en el caso de los concertados y privados, el Ministerio de Educación y el Gobierno. Así pues, hay una parte de responsabilidad puesta en la mano de la gente de a pie para cambiar ciertas conductas que pueden hacer que los niños tengan una experiencia musical mucho más enriquecedora.
Estudié Música y Educación a la par porque eran y son mis grandes pasiones. Creo de verdad que un buen maestro tiene el poder de cambiar el mundo, si bien a una escala pequeña al principio, en verdad puede influenciar a un montón de gente a lo largo de su vida. Cada día intento parecerme lo más posible a este modelo y a pesar de todas las trabas que se pueden encontrar creo solemnemente que merece la pena. Merece la pena porque los niños siempre sonreirán con inocencia a la música. Esos seres que son pura imaginación y creatividad (hasta que alguien viene a decirles que eso está “mal” y se centren en sus deberes) toman el arte como forma de expresión natural. ¿Por qué coartar eso? Que canten y bailen lo que les dé la gana, pero con conocimiento de causa. Y si no tienen edad suficiente para comprenderlo, que sean sus padres y profesores los que lo hagan por ellos y se den cuenta de la importancia que tiene.
Después de mucha reflexión y como no sirve de nada quejarse sin aportar soluciones, he decidido llenar un pen drive de música (lista de Spotify al final del artículo) para que se pase de clase en clase y los tutores lo puedan poner a sus alumnos y compartir con sus padres para que lo escuchen en el coche, en casa o en cualquier otro sitio. Porque, si le pides a un fontanero y no a un bibliotecario que vaya a arreglarte las cañerías a casa, ¿a quién narices le vas a pedir que te recomiende música? A un músico. Aquí tenéis mi selección en una lista de reproducción de Spotify.
No se trata de formar generaciones de melómanos, sino de crear un criterio musical y generar un buen consumo para que la música como arte pueda seguir persistiendo. Si no, el producto habrá ganado a la pasión y la emoción y esta incesante pendiente encontrará su fin en el monopolio de la comercialización como primer objetivo en el proceso creativo en contraposición a la expresión artística de aquel que de verdad tiene algo que comunicar.